El caballero pico espuelas y se adentro en el bosque sobre su
caballo negro. Los rayos del atardecer apenas atravesaban las hojas de los
arboles. En el bosque se escuchaba el galope del caballo y el sonido de algunas
ramas quebrarse debajo de las herraduras, mientras algunas aves todavía
cantaban. Las nubes se estaban tornando de un color anaranjado y pronto iba a
anochecer.
El jinete tiro las riendas de su corcel y
este se detuvo casi al instante. El hombre llevaba una armadura vieja, abollada
y un poco oxidada. Tenía manchas de sangre en la greba izquierda, hasta la
rodillera y en la hombrera derecha. Desmonto y comenzó a quitarse la armadura,
no sin dificultad. Lanzo el yelmo hacia un costado y se desabrocho el peto, las
hombreras y luego sus ropas, dejando al descubierto una herida. Comenzaba en el
comienzo del brazo hasta casi el centro del pecho, no era demasiado profunda
pero, sin embargo, sangraba mucho. Estiro una mano hasta la bolsa de su caballo
y saco un trapo. Lo llevo hacia la herida y presiono. Luego tiro el trapo
ensangrentado y busco otro dentro de la bolsa. Saco una tira de cuero y la
utilizo para atar el trapo a la herida. Luego se coloco la ropa y continúo
quitándose el resto de la armadura.
Si no lo hubieran atacado desprevenido los
habría matado a todos, y todavía seguiría cabalgando junto a su escudero. No le
dejaron desenvainar su espada, pero llego a tomar su escudo. Su compañero de
viaje no tuvo la misma suerte y le atravesaron el cuello con una espada antes
de que pudiera hacer algo. El, en cambio, pudo esquivar casi todos los ataques
hasta llegar a su caballo y huir. No los llego a contar pero eran entre tres y
cuatro. Tampoco pudo distinguir sus blasones « ¡Ni siquiera vi sus rostros!-
pensó -¡Huí como una gallina! Seguramente hubiera pasado lo mismo si llegaba al
torneo, frente al primer adversario. Estúpido»
Tomo de la mochila del caballo un pellejo
lleno con agua y tomo un largo trago. Saco un trozo de pan y lo comió. Para
entonces ya había anochecido completamente y solo la luna llena iluminaba los
arboles, cuando se no era tapada por una nube.
El caballero decidió montar y continuar
cabalgando toda la noche. No tenía necesidad en llegar a ningún lado, ya que
solo se dirigía hacia donde el caballo miraba cuando huyo. No sabía dónde se
encontraba, había abandonado el mapa junto con su escudero «Primero a mi
Doncella, luego a mi mejor amigo y ahora a mi escudero, junto con el trabajo de
cinco años. Debí quedarme, debí dejar que me mataran. Por lo menos habría
muerto con la espada en la mano.»
Pico espuelas y galopeo con el viento de
frente moviendo su cabello dirigiéndose hacia donde su corcel lo lleve
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