domingo, 13 de octubre de 2013

El Caballero I

El caballero pico espuelas y se adentro en el bosque sobre su caballo negro. Los rayos del atardecer apenas atravesaban las hojas de los arboles. En el bosque se escuchaba el galope del caballo y el sonido de algunas ramas quebrarse debajo de las herraduras, mientras algunas aves todavía cantaban. Las nubes se estaban tornando de un color anaranjado y pronto iba a anochecer.
El jinete tiro las riendas de su corcel y este se detuvo casi al instante. El hombre llevaba una armadura vieja, abollada y un poco oxidada. Tenía manchas de sangre en la greba izquierda, hasta la rodillera y en la hombrera derecha. Desmonto y comenzó a quitarse la armadura, no sin dificultad. Lanzo el yelmo hacia un costado y se desabrocho el peto, las hombreras y luego sus ropas, dejando al descubierto una herida. Comenzaba en el comienzo del brazo hasta casi el centro del pecho, no era demasiado profunda pero, sin embargo, sangraba mucho. Estiro una mano hasta la bolsa de su caballo y saco un trapo. Lo llevo hacia la herida y presiono. Luego tiro el trapo ensangrentado y busco otro dentro de la bolsa. Saco una tira de cuero y la utilizo para atar el trapo a la herida. Luego se coloco la ropa y continúo quitándose el resto de la armadura.
Si no lo hubieran atacado desprevenido los habría matado a todos, y todavía seguiría cabalgando junto a su escudero. No le dejaron desenvainar su espada, pero llego a tomar su escudo. Su compañero de viaje no tuvo la misma suerte y le atravesaron el cuello con una espada antes de que pudiera hacer algo. El, en cambio, pudo esquivar casi todos los ataques hasta llegar a su caballo y huir. No los llego a contar pero eran entre tres y cuatro. Tampoco pudo distinguir sus blasones « ¡Ni siquiera vi sus rostros!- pensó -¡Huí como una gallina! Seguramente hubiera pasado lo mismo si llegaba al torneo, frente al primer adversario. Estúpido»
Tomo de la mochila del caballo un pellejo lleno con agua y tomo un largo trago. Saco un trozo de pan y lo comió. Para entonces ya había anochecido completamente y solo la luna llena iluminaba los arboles, cuando se no era tapada por una nube.
El caballero decidió montar y continuar cabalgando toda la noche. No tenía necesidad en llegar a ningún lado, ya que solo se dirigía hacia donde el caballo miraba cuando huyo. No sabía dónde se encontraba, había abandonado el mapa junto con su escudero «Primero a mi Doncella, luego a mi mejor amigo y ahora a mi escudero, junto con el trabajo de cinco años. Debí quedarme, debí dejar que me mataran. Por lo menos habría muerto con la espada en la mano.»

Pico espuelas y galopeo con el viento de frente moviendo su cabello dirigiéndose hacia donde su corcel lo lleve

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