Las calles estaban vacías, extrañamente para aquellas horas
de la tarde. Todavía faltaba para que el sol llegue al horizonte y hacia frió;
el cielo estaba nublado y el viento movía las hojas que caían, algunas alejadas
de sus árboles. Esa tarde de pleno otoño, sentía más frió del que realmente hacía,
a pesar de llevar puesto un saco grande, sobre dos pullovers y una bufanda
alrededor del cuello, sentía que el pecho se le congelaba.
El único sonido que se escuchaba en la calle era el de las
hojas moviéndose al compás del viento. Los arboles de las calles estaban casi
secos ya y las veredas estaban cubiertas de hojas de marrones hasta amarillos y
flores, casi desteñidas. Esa mañana había llovido y quedaron algunos rastros de
humedad, ya que el sol había estado tapado por las nubes grises durante todo el
día. Esa noche habría una tormenta.
Aquellos montones de hojas siempre le había provocado alguna
sensación que siempre entendió: los días que se sentía feliz pasaba sobre
aquellos montones de hojas para escuchar el crujido de las hojas sobre sus pies
y, los días que estaba triste simplemente miraba las hojas y sonreía levemente,
acompañando su mirada de un pensamiento melancólico que quizás solo el entendía.
Sin embargo, aquel día no llegaba a entender lo que sentía y solamente le echo
una mirada a las hojas, sin ninguna expresión, y continuo caminando con la
cabeza mirando hacia el suelo, tratando de levantarla cada tanto.
Cuando llego hasta el gran árbol se detuvo y miro hacia
arriba. En aquel árbol fue donde había encontrado, hacía ya mucho tiempo una
extraña flor verde, brillante. Al principio y por mucho tiempo no le dio mucha
importancia pero, hacía ya unos cuantos meses, comenzó a resaltar más y con el
tiempo se convirtió en imposible para el no pararse a mirarla. Esta vez, al
levantar la cabeza no encontró ningún rastro de aquella flor, se había ido. No
le dio mucha importancia a esto, tenía la intuición que era casi una certeza
que volvería a aparecer, justo donde estaba.
Una ventisca lo distrajo y lo hizo mirar hacia el otro lado
de la calle, donde el viento movía unos cuantos pétalos color rojo escarlata
que seguía, allí más lejos, a la flor verde, que se alejaba. El solo se quedó
mirando mientras las ventiscas, a la vez que arrastraban los pétalos y la flor,
le helaban el cuerpo completo. Ya se había acostumbrado a aquellas extrañezas y
no le pareció más raro que aquella gran flor verde dejara pétalos rojos, lo sabía
desde la primera vez que se quedó parado tanto tiempo junto al árbol y aún
conserva, aunque un poco descolorido ya, el primer pétalo que soltó, junto al
recuerdo del calor que sintió al tomarlo
antes de que cayera al suelo.
Su casa estaba llena de aquellos pétalos, pero solo le servían
para recordar el momento que los tomo ya que, la mayoría, ya no le hacían sentir
nada más que con el recuerdo, por más pequeño y corto que sea. También
recordaba los días que la flor bajaba y él podía rozarla mientras caía,
suavemente. Todo esto pasaba por su mente en ese momento, la veces que pudo
acariciar a aquella flor, tenerla entre sus brazos y sentir aquella extraña sensación
de calor en el pecho, mucho más que con sus pétalos, todos estos pensamientos
pasaban por su cabeza y bajaban hasta su pecho, para congelarse y hacerle
sentir el frió.
Aun así sabiendo, teniendo la certeza que aquella flor volvería,
los pensamientos de tener que soportar el frió paralizante durante tanto tiempo
lo atormentaran. En un momento pensó salir corriendo a buscarla, pero había algo
que lo detenía, un pensamiento quizás. Aun así no había visto a nadie en la
calle durante largo tiempo que había caminado hasta allí, un montón de personas
que caminaban, al parecer cada una por su cuenta (aunque algunas personas iban
en grupo) parecían seguir a la flor durante su camino. Entonces ahí descubrió por
que no iba a salir corriendo, aunque tanto lo deseara quizás hasta mucho más
que aquellos que estaban a su alrededor.
Algunas de esas personas tomaban algunos pétalos pero, al
parecer, otras no. Aquello de cierta forma le dio un poco de esperanza. Ya no
se veía casi nada, la flor se había alejado demasiado y solo se distinguía un
punto verde a la distancia. La gente se había quedado más atrás pero, aun así, seguían
estando más cerca que él. Jamás había estado en alguna situación parecida y
solo sentía frio y algo que podría ser tristeza, junto con mucha confusión.
Resignado, no tuvo otra opción que seguir que caminado, solo
y entre el viento, acompañado únicamente por el frió.